miércoles, 16 de abril de 2008

Patadabajo

Siempre me ha parecido una putería ser chiclero (o sea, repetir un mismo truco o un movimiento, en un juego o una situación, que funciona bien y que por eso se repite). Sin embargo, lo he hecho algunas veces (si no es que muchas[Jajaja…Naah.. no muchas]). Recuerdo que el caso arquetipo se daba en las maquinitas. Yo era de esos que no son muy buenos pero tampoco malos pal juego, mas bien, mas o menos. Lo suficiente para llegar y retar a cualquier púbero mayor que yo y darle una buena pelea pa’ hacerme respetar en la cruelisima mafia de las maquinitas. Mas de una vez me gane el reconocimiento de mis coetáneos viciosos ganándole, la mayor parte de las veces de sapo, a algún jerarca videogamero de la colonia. Una vez, recuerdo, cuando ya gozaba de cierto status y respeto entre mis compitas, llego a retarme un niño como de trece años, mas alto, feo y malandro que yo, que en ese entonces contaba con la tiernísima edad de diez u once años. El video juego, como es de conjeturarse, según mi casi treintena de años en la actualidad, era Street Fighter (sublime video juego con el que mas de un niño se iniciaría en la senda del vicio que años después me haría encontrarlos en las mismas cantinas a las que yo acudiría).
Me gustaba elegir, para empezar, a Ryu, ya que era con el único que sabia jugar, y porque además, se parecía mas a mi por el cabello negro, que el gringo ese mariquete de Ken… La cosa es que ese malandrin me reto, no sin antes mirarme hacia abajo con cierta altivez que le permitía su edad mayor a la mía. Comenzó la pelea no sin excitación, las cosas estuvieron fatales y mi hormonal adversario se llevo el primer round. Me sentí ridiculizado frente a mis fans, que empezaban a murmurar con malicia a mis espaldas sobre mi segura derrota. Llego el segundo asalto y me asalto la ansiedad, la adrenalina me hacia sudar, el corazón se me salía, no podía mover con destreza la palanca para que me salieran los ganchos y así poder ganarle el golpe a Ken. El resultado: perdí también. Mis envidiosos compitas hacían comentarios con los cuales trataban de consolarme, tratando de encubrir su jubilo ante mi perdida. Enardecido y decidido, hasta donde se podía en mi precoz edad, busque vengar el deshonor.
Deposite otra moneda de las que me quedaban del cambio de las tortillas que me mandaba a comprar mi ama, y oprimí el boton… “Here comes a new challenger”. Decidido a ganar como sea, aunque sea un round, no me iba a mover de ese lugar. Mi contrincante no era muy bueno, jugaba como lo hacia la computadora, le faltaba originalidad; su única cualidad era que jugaba como lo hacia la maquina cuando se encabronaba, eso era lo que lo hacia bueno. Pues bien, empezó de nuevo la pelea. Otra vez ese mocudo me gano el primer round. En el segundo, yo ya fuera de juicio, ante el veloz descenso de mi sangre, manoteaba, golpeaba la pantalla, le daba de rodillazos por abajo, gritaba, hijodesupinchemadreaba… Todo era inútil, el graniento adolescente me estaba ganando. A el le quedaba mas de la mitad de su sangre y a mi ni lo suficiente para soportar un golpe mas.
Pero poco antes de sucumbir… Oh, dioses del Olimpo! Un movimiento clave me iba a dar esa victoria y muchas mas en lo que me restaba de vida maquinera… Patada abajo: suelo, patada abajo: suelo, patada abajo: suelo… Así. Eso era todo. Patear abajo... El pobre infante no podía poner defensa abajo y eso le costo el round y la pelea. Volvió a retar, ya encabronado, me volteaba a ver entre los descansos... Aplique la misma “técnica” y obtuve la victoria de nuevo. Una y otra vez reto. Una y otra vez perdió. Yo ganaba igual: patada abajo. Finalmente, en su ultima moneda, antes de oprimir el botón para entrar en el juego, me miro furibundo y amenazador y dijo:

-Que, pinche chamaco, no sabes hacer otra cosa!

No conteste. Me seguía mirando con ira. Escuchaba su encabronadez en su respiración.

-Que, puto, no me oíste?
-Yo puedo jugar como quiera.

Chale, que marica me vi. Pero era cierto, aunque era lo mas joto que se podía hacer, lo mas cobarde, pero funcionaba; y en ese momento no queria perder por nada del mundo, que iban a decir mis seguidores; que me dejaba asustar por ese extranjero… Sabía que probablemente me golpearía después de terminar el ultimo juego. Podía ganar el ultimo juego igual o podía dejar de pegar el chicle y perder. Pero hubiera sido mas marica si cambiara mi súper estrategia nomás porque iba a terminar con mi ojito morado después del ultimo combate.
Nel. Seguí peleando igual y usando mi chicle gane... Casi al mismo tiempo de la ultima “patada abajo” que Ryu le proporciono a Ken para derribarlo y darle muerte, Marcuse solo pudo ver un puño que lo hizo tambalearse y recibir el primer golpe de esa tarde… Fuck! No había “patada abajo” en la vida real. No quedaba mas. A pelear como mi alter ego Ryu de ese entonces, aunque fuera sin la misma técnica y con la segura derrota, debido a que enfrentaba mi inmaculada inocencia a ese malandrin de la calle.
El resultado fue que también el pequeño salvaje ese resulto ser un chiclero. No dejaba de aplicarme el mismo golpe: yo yacía en suelo tratándole cubrirme las costillas y la cara mientras el nivelaba mi karma con su “patada abajo”.

1 comentario:

Neural Crash dijo...

jaja mamon recuerdo que me contaste esa anectoda jugando maquinitas en puebla...

Cuando quieras me la pelas de nuevo...

"Here come a new challenger"

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